La primera clasificación de nubes no se publicó2 hasta comienzos del siglo XIX, fruto de la labor de Lamarck (1802). Este célebre naturalista no se dedicó a clasificar todas las nubes posibles, más bien que se limitó a distinguir ciertas formas que le parecieron ser la manifestación de causas generales que sería útil reconocer. Pero este trabajo, a pesar de su verdadero valor, no produjo impresión siquiera en Francia y no parece que nadie haya empleado su nomenclatura. Tal vez se haya debido a su elección de algunos nombres franceses en cierto modo peculiares, que no tuvieron fácil adopción en otros países, o tal vez el escrito se desacreditó por la aparición en la misma publicación (Anuario Meteorológico) de pronósticos basados en datos astrológicos.
Un año más tarde, Luke Howard publicó en Inglaterra una clasificación de nubes que, en notable contraste, fue un gran éxito y constituye la base de la clasificación actual. Mientras Lamarck se contentó con definir y designar cierto número de formas interesantes, Howard se dedicó a establecer una clasificación completa que incluía todos los casos posibles. Distinguió tres clases simples fundamentales: Cirrus, Cumulus, Stratus, a partir de las cuales se derivaron todas las demás por transición o asociación. Esta concepción es, en cierto modo, incorrecta. Si se concede al Cirrus y al Cumulus una posición privilegiada en la clasificación, siendo el primero el tipo más puro de nube formada por cristales de hielo en las regiones altas de la atmósfera, y el segundo una nube formada fundamentalmente por partículas líquidas en las regiones bajas, lo que Howard denominó Stratus no constituye un tipo del mismo orden de los dos precedentes. El Stratus no se define según el estado físico de sus elementos y puede encontrarse a cualquier altitud. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, Howard llegó a los mismos resultados que Lamarck. Cuatro de los cinco tipos principales de Lamarck recibieron nombres diferentes en la nomenclatura de Howard. Es de destacar que estos dos hombres, de culturas científicas tan distintas entre sí y que nunca habían estado en contacto, hayan llegado independientemente a resultados tan compatibles.
En 1840, el meteorólogo alemán Kaemtz añadió a las formas de Howard el Stratocumulus, para el cual estableció una definición precisa que se corresponde con el uso moderno.
Renou, director de los observatorios de Parc Saint-Maur y Montsouris, estableció en sus Instrucciones Meteorológicas (1855) una clasificación de las nubes a la cual puede atribuirse el origen definitivo de algunos nombres de la nomenclatura actual: Cirrocumulus, Cirrostratus, Altocumulus y Altostratus. Fue el primero en introducir los dos últimos tipos en el Boletín del Observatorio de Montsouris, y el Observatorio de Upsala pronto siguió su ejemplo. Por lo tanto, Renou introdujo nubes de altura media entre las nubes bajas y las nubes de la familia de los Cirrus y empezó a desarrollar la idea que llevó a adoptar la altura como criterio, que posteriormente estableció Hildebrandsson. A él también se le debe la distinción definitiva, a diferentes niveles, entre nubes separadas y continuas.
In 1863, Poey, que realizó observaciones en La Habana, dio a conocer algunas ideas originales que no recibieron tal vez todo el eco que merecían debido a que, por un lado, contenían tanto algunos conceptos útiles como otros incorrectos estrechamente asociados entre sí y, por otro, Poey intentó crear una clasificación de todos los tipos sin hacer referencia alguna a los principales esquemas que desde Howard habían ido surgiendo con lentitud, pero de forma indudable, como resultado de sucesivos intentos en Europa. Conviene, no obstante, recordar que hay que reconocer a Poey la definición de Fractocumulus, algunas variedades radiatus (con el nombre de Fracto-) y variedades mammatus (con el nombre de Globo-). En particular, describió muy claramente la parte central del cielo en una depresión al distinguir las dos capas, una por encima de la otra: la capa de Altostratus (con el nombre de Palliocirrus) y la capa de Fractostratus o Fractocumulus (con el nombre de Palliocumulus).
En 1879, Hildebrandsson, director del Observatorio de Upsala, fue el primero en usar la fotografía en el estudio y la clasificación de las formas de nubes. En su trabajo titulado Sur la classification des nuages employée à l’Observatoire Météorologique d’Upsala incluyó un atlas de 16 fotografías. La clasificación adoptada fue la de Howard con algunas modificaciones que afectaban especialmente al Nimbus, nombre que no asignó a cada nube lluviosa compleja (en particular, no lo asignó al Cumulonimbus), sino únicamente a la capa oscura más baja de un cielo lluvioso; al Stratus, nombre asignado a la niebla levantada del suelo y que permanece a cierta distancia de la Tierra; y al Cumulostratus, que, siguiendo el ejemplo de Kaemtz, se refirió a las masas pesadas y amontonadas de Cumulus. Hildebrandsson también tomó de Kaemtz el Stratocumulus. Si bien en su primera obra Hildebrandsson se mantuvo fiel a su deseo de ajustarse al esquema de Howard, al mismo tiempo tuvo en cuenta trabajos posteriores.
Un poco más tarde, Weilbach y Ritter propusieron clasificaciones que diferían tanto de la de Howard (que en lo fundamental ya había sido generalmente aceptada) que no tuvieron ninguna posibilidad de éxito, como sucedió posteriormente con las clasificaciones de Maze, Clayton y Clement Ley. Sin embargo, debe concedérseles a estos autores el mérito de haber establecido interesantes definiciones de especies (subdivisiones de los grandes géneros) o de variedades (aspectos particulares que se observan a alturas diferentes), y a Weilbach por la introducción del Cumulonimbus o nube de trueno, claramente distinguible del Cumulus aun cuando este último componga dicha designación.
Finalmente en 1887 Hildebrandsson y Abercromby publicaron una clasificación de las nubes en la que trataron de reconciliar las modalidades existentes e incluir, a la vez que mantenían el esquema de Howard, adquisiciones posteriores, especialmente las de Renou (introducción del Altocumulus y el Altostratus, distinción entre las formas separadas y continuas en cada piso) y Weilbach (introducción del Cumulonimbus, clasificación del Cumulus y las nubes de tormenta en una familia distinta). Previamente, Abercromby había realizado dos viajes alrededor del mundo (dando por lo tanto un hermoso ejemplo de probidad científica) con el objeto de asegurarse de que las formas de las nubes eran las mismas en todas partes; un hecho que, por otra parte, solo es cierto como primera aproximación. Una de las principales características de esta clasificación es la importancia asignada a la altura como criterio, dado que, en opinión de los autores, la principal aplicación de las observaciones de las nubes era determinar la dirección del viento a diferentes altitudes. Agruparon las nubes en cuatro niveles, cuyas alturas medias fijaron provisionalmente a partir de mediciones realizadas en Suecia. La clasificación internacional fue el resultado directo, sin grandes modificaciones, de la clasificación de Hildebrandsson y Abercromby.
La Conferencia Meteorológica Internacional, celebrada en Múnich en 1891, recomendó expresamente la clasificación de estos autores y sancionó el establecimiento de un comité especial encargado de su consideración final y publicación con ilustraciones en forma de atlas. Este comité se reunió en agosto de 1894 en Upsala y procedió a elegir las ilustraciones que se reproducirían. Con este objetivo se había dispuesto una exhibición de más de 300 fotografías o croquis de nubes. La comisión de publicación, formada por Hildebrandsson, Riggenbach y Teisserenc de Bort, tuvo que enfrentarse con graves dificultades técnicas y, en particular, de índole financiera. Al final, Teisserenc de Bort tomó por su cuenta la responsabilidad de elaborar el atlas, que apareció en 1896. Este trabajo contenía 28 láminas en color acompañadas por un texto en tres idiomas (alemán, francés, inglés), en el que figuraban definiciones y descripciones de las nubes e instrucciones sobre cómo observarlas.
Pronto la clasificación formulada en el Atlas internacional se hizo oficial y su uso se generalizó en prácticamente todos los países. Casi todos los meteorólogos que posteriormente publicaron estudios sobre las nubes adoptaron esta nomenclatura, pero frecuentemente encontraban que le faltaban detalles, lo que llevó a un grupo de meteorólogos, principalmente Clayden y Vincent, a crear nuevas especies o variedades sin interferir con las formas primarias.
En consecuencia, gracias al esfuerzo sostenido iniciado por Howard, continuado por Renou y posteriormente Hildebrandsson y el Comité Meteorológico Internacional, se dio fin a la confusión que había reinado durante casi un siglo en uno de los dominios más importantes de la meteorología. El primer Atlas internacional constituyó un gran avance, pues hizo posible que las observaciones de nubes fuesen realmente comparables entre sí en todo el mundo.
La reedición de 1910, que contenía solo ligeras modificaciones, llevaba agotada muchos años cuando en 1921 se creó en Londres la Comisión Internacional para el Estudio de las Nubes. El presidente, Sir Napier Shaw, puso en marcha la revisión de la clasificación presentando para el debate una memoria en la que figuraban sus propias ideas personales, e instó a todos los miembros a que hicieran sugerencias; el estudio recién iniciado progresó tan rápidamente que en 1925 el sucesor de Sir Napier Shaw estimó necesario concentrar todas las actividades de la Comisión en la tarea de revisar el Atlas internacional.
Esta tarea se volvió necesaria por varios motivos. En primer lugar, había una razón de orden práctico: era urgente que los observadores dispusieran de nuevos atlas para que no disminuyera la calidad de las observaciones y reaparecieran las diferencias de interpretación. Pero, además de esta razón práctica, había otras más profundas: el trabajo de 1896, destacable como lo fue en su momento, evidentemente no era perfecto. Desde el punto de vista único, pero esencial, de la normalización de las observaciones, la experiencia de 30 años había revelado varias deficiencias y casos de falta de precisión que habían redundado en tradiciones incompatibles en diferentes países respecto de determinados puntos. Además, la meteorología había evolucionado considerablemente, especialmente desde que la aviación se había generalizado. Cuando Teisserenc de Bort y Hildebrandsson publicaron el primer atlas, el principal problema que tenían en mente era la circulación general; examinaron las nubes, ante todo, como flotadores aéreos, capaces de revelar corrientes superiores, y estaban decididos a crear una clasificación en la que los diferentes tipos de nubes correspondieran, con la mayor exactitud posible, a determinadas alturas. Pero desde aquel momento, los meteorólogos se interesaron cada vez más por las nubes en sí mismas. La multiplicación de las observaciones de las nubes y la mayor cantidad de datos incluidos en los mensajes sinópticos —debidamente reconocidos en el nuevo código internacional (Copenhague, 1929)— posibilitaron la realización de estudios sinópticos directos sobre su distribución y prepararon el camino a la idea de “cielo” y “sistema nuboso”, cuyo valor quedó claramente demostrado con la Semana Internacional de la Nube, organizada en 1923 por la Comisión para el Estudio de las Nubes.
Las observaciones desde aeroplanos dieron a conocer aspectos de las nubes previamente desconocidos y permitieron comprenderlos de forma más cercana y completa; por último, nuevas teorías generalmente basadas en la interpretación hidrodinámica y termodinámica de los sondeos determinaron la importancia física de las nubes y su función en las perturbaciones. Era necesario reconocer definitivamente estos nuevos puntos de vista que revestían un gran interés.
Cuando la Comisión para el Estudio de las Nubes se reunió en 1926 en París para considerar los resultados del vasto estudio que había inaugurado y sentar las bases de un nuevo atlas, se encontró frente a una abundancia de fuentes y sugerencias muy diversas. Muy acertadamente, la Comisión adoptó el principio de que una clasificación que había resistido el paso de los años y había sido recibida por acuerdo unánime de nuestros predecesores, solo podría modificarse con extremo cuidado. La Comisión decidió introducir únicamente las modificaciones necesarias para aclarar malentendidos y promover la uniformidad de las observaciones y, al mismo tiempo, atenuar el énfasis sobre la importancia de la altura como base de la clasificación.
Si bien la Comisión reconoció que era necesario ir preparando el camino para una clasificación secundaria, se cuidó de no intentar finalizarla ni subdividir excesivamente las categorías principales en adelante denominadas “géneros”; estableció la regla de introducir solo aquellas “especies” aceptadas generalmente por todos, con lo que dejó abierta la posibilidad de introducir adiciones sucesivas en el futuro. Tras haber mostrado un espíritu prudente y conservador y haber asegurado la posición del trabajo de 1896, la Comisión para el Estudio de las Nubes procedió, por otra parte, a conferir sentido práctico al nuevo espíritu. Desde el principio había considerado prematuro intentar realizar una clasificación de las nubes basada en las propiedades físicas —el estudio de esa cuestión se reservaría hasta después de un nuevo Año Internacional de la Nube (concebido en relación con el Año Polar 1932-1933, que se celebraría al mismo tiempo)—, por lo que se adhirió a esta actitud y rehusó basarse en ninguna teoría, independientemente de lo atractiva que pudiera parecer. No obstante, decidió registrar información que ya se había obtenido mediante la observación del cielo o en mapas. Por consiguiente, la Comisión resolvió incluir:
1) un capítulo sobre la observación de las nubes desde aeronaves, basado en gran medida en el conocido trabajo del aviador y meteorólogo Sr. C.K.M. Douglas;
2) una clasificación de los “tipos de cielo” basada en las estructuras de las nubes en las depresiones, de acuerdo con el trabajo de las escuelas noruega y francesa. A fin de destacar la importancia de esta innovación, el título del atlas se cambió por Atlas internacional de nubes y tipos de cielos.
La Comisión para el Estudio de las Nubes se reunió por segunda vez en septiembre de 1926 en Zúrich a fin de adoptar disposiciones definitivas para el atlas previsto. Entretanto, para dotar el atlas de abundantes ilustraciones, se recopiló una imponente colección de fotografías de nubes, cielos y vistas aéreas —tomadas principalmente de las colecciones de los Sres. Cave, Clarke y Quénisset y de la Fundació Concepció Rabell—.
Con el objetivo de que el proyecto de la Comisión recibiese un gran número de críticas antes de elaborar la versión definitiva del atlas, el director de la Oficina Nacional Meteorológica Francesa decidió publicar, a expensas de su Oficina, el proyecto de la Comisión en forma de atlas provisional. La amplia distribución cumplió su propósito a la perfección: de todas partes del mundo llegaron observaciones y sugerencias. En 1929 la Comisión examinó en Barcelona estos numerosos documentos y se estudiaron cuidadosamente todas las sugerencias. Asimismo la Comisión revisó con diligencia las ilustraciones del atlas, labor facilitada en gran medida gracias a la magnífica exhibición de fotografías de nubes organizada por la Fundació Concepció Rabell durante la reunión.
La Comisión para el Estudio de las Nubes se reunió nuevamente en septiembre de 1929 en Copenhague, al mismo tiempo que tenía lugar la Conferencia de Directores. Se estudiaron las sugerencias recibidas desde la reunión de Barcelona y se acordó el esquema final, salvo algunos detalles. Se propuso que se publicara rápidamente un fragmento del atlas completo para uso de los observadores a fin de facilitar la aplicación de las nuevas claves internacionales, en las que figuraban gran parte de las observaciones de los tipos de cielo.
La tarea de la publicación se resolvió en circunstancias excepcionalmente favorables gracias a la donación, verdaderamente magnífica, de un mecenas catalán, Rafael Patxot, con quien la ciencia de las nubes ya estaba en deuda por el interesante trabajo de la Fundació Concepció Rabell; esta generosa contribución hizo posible imprimir gratuitamente 1000 copias del atlas completo y distribuirlas, junto con la edición abreviada, para su venta a un precio muy reducido. Se designó una subcomisión, presidida por el profesor Süring, encargada de preparar un programa para el Año de la Nube y estudiar los procesos físicos de la formación y evolución de las nubes con miras a compilar, eventualmente, un apéndice para el Atlas general. Se sugirieron otros dos apéndices, uno sobre nubes tropicales y otro sobre formaciones locales especiales, y la preparación de estas dos partes se encomendó al doctor Braak y el doctor Bergeron respectivamente. La Conferencia de Directores aprobó las propuestas de la Comisión en su totalidad y delegó en una subcomisión especial sus funciones relacionadas con la elaboración del atlas.
La labor la realizaron principalmente en París en el curso de 1930 los Sres. Süring, Bergeron y Wehrlé. El doctor Keil, el señor Cave y la Oficina Meteorológica de Londres elaboraron las versiones alemana e inglesa. La edición abreviada apareció finalmente en 1930, justo antes de que las nuevas claves entraran en vigor. Fue necesario otro año para ultimar las ilustraciones del atlas completo y los capítulos no incluidos en la edición abreviada. Mientras tanto, la Subcomisión de Süring celebró reuniones en Bruselas (diciembre de 1930) y Frankfurt (diciembre de 1931), y consideró oportuno incorporar al atlas completo una parte del trabajo relativo a la observación de nubes e hidrometeoros.
El libro recién publicado lleva por subtítulo “I. Atlas general” (el segundo volumen y los siguientes consistirán en apéndices que se publicarán posteriormente) y consiste en un texto y una colección de 174 láminas.
El texto está dividido en cinco secciones:
1) NUBES — Texto enmendado del atlas antiguo. Las principales modificaciones son:
a) la definición de Cirrocumulus, más restringida que la anterior;
b) la distinción entre Cumulus y Cumulonimbus; el Cumulonimbus se caracteriza por la presencia de cristales de hielo en su cima o por chaparrones;
c) la distinción entre Altocumulus y Stratocumulus;
d) la introducción del Nimbostratus (Altostratus bajo) a fin de evitar confusión (debido a la definición equívoca de Nimbus) entre la capa baja lluviosa resultante de la extensión hacia abajo del Altostratus y las nubes muy bajas y estrechamente compactas (Fractostratus o Fractocumulus de mal tiempo) que a menudo se forman por debajo del Altostratus o de la capa baja antes mencionada.
Se han ampliado considerablemente los comentarios a las definiciones mediante “notas explicativas”, redactadas desde un punto de vista muy práctico, teniendo especialmente en cuenta las necesidades de los observadores y en las que se enfatizan las distinciones entre formas emparentadas entre sí. En algunos casos se han introducido especies, pero como se ha dicho anteriormente, esta clasificación secundaria se limita deliberadamente a aquellos casos en que existe un acuerdo unánime; además, se ha simplificado considerablemente al añadir un cierto número de variedades comunes a diferentes niveles. Al objeto de destacar el hecho de que los nombres de las nubes se han convertido en símbolos, cuya etimología no debiera enfatizarse en exceso, se ha empleado, en todos los casos, una única palabra.
2) CÓDIGO — La segunda parte consiste en un comentario práctico y detallado para uso de los observadores, con notas explicativas sobre la disposición general e indicaciones para evitar confusión en las especificaciones de la nueva clave de nubes bajas, medias y altas; tal vez sería más apropiado referirse a él como una clave de los tipos de cielo, dado que la disposición de las masas nubosas en el cielo desempeña una función esencial en este y se ha concebido de tal forma que todos los tipos de cielo clasificados en la quinta parte pueden representarse mediante la combinación de tres números.
Se creyó que lo mejor era abstenerse de incluir consideraciones “sinópticas” en el texto, suponiendo que el observador ignora la situación general; no obstante, no es deseable privarlo enteramente de la verdadera ayuda que se deriva de asociar el tipo de cielo con la evolución de las perturbaciones. Por consiguiente, al final de esta sección figura un diagrama que muestra dónde están situados con respecto a la perturbación los diferentes cielos bajo, medio y alto establecidos en la clave.
3) DIARIO DE NUBES — Esta sección, incluida a propuesta del doctor Bergeron, se tomó de los documentos elaborados por la Subcomisión de Süring para el Año de la Nube. Incluye una tabla modelo para anotar las observaciones de las nubes e instrucciones detalladas sobre cómo registrar la información. Como complemento, figuran descripciones precisas de diferentes hidrometeoros o fenómenos del tiempo, un tema que ha originado tradiciones nacionales divergentes y en el cual había necesidad de enmienda y unificación.
4) OBSERVACIÓN DE LAS NUBES DESDE AERONAVES — Habida cuenta de que la clasificación de las nubes se basa en su apariencia tal como son vistas desde el suelo, se consideró útil añadir una nota sobre su apariencia desde el punto de vista del observador en una aeronave, puesto que al poder acercarse a las nubes o situarse sobre ellas (al menos, en el caso de las nubes bajas y medias), puede adquirir conocimientos más completos que hacen posible simplificar considerablemente la clasificación, pues en este caso pueden incluirse únicamente las características realmente esenciales de la estructura. El aumento del número de vuelos meteorológicos, especialmente en relación con sondeos de la temperatura, hacía necesario incluir este capítulo.
5) TIPOS DE CIELO — la enumeración de los géneros o incluso de las especies de nubes en el cielo en un momento determinado no es suficiente para caracterizar el tipo de cielo, es decir, para especificar de forma precisa el sector de la perturbación que afecta al lugar de observación y, por tanto, no indica el carácter general del “tiempo”. Lo que realmente caracteriza el tipo de cielo es el conjunto de las distintas nubes y su organización. Por consiguiente, es necesaria una clasificación especial de cielos que responda a la experiencia de los observadores cualificados y al mismo tiempo se ajuste a la naturaleza de los procesos físicos y la estructura de las perturbaciones. Además, tal clasificación facilita la identificación de los géneros de nubes y, en ciertos casos (especialmente en condiciones tormentosas), compensa, al menos en algunas partes, las ambigüedades.
Colección de láminas — El número total de láminas asciende a 174 (101 fotografías tomadas desde el suelo, 22 desde aeroplanos y 51 correspondientes a tipos de cielo), de las cuales 31 son a dos colores. Se emplean dos colores cuando es posible distinguir el azul del cielo de las sombras de las nubes. La mayoría de estas láminas se incluyen en la edición abreviada, concebida para el uso del conjunto general de observadores que precisan una guía detallada. Cada lámina va acompañada de notas explicativas y una representación esquemática en la misma escala que la fotografía, donde se señalan sus características esenciales.
Gracias a la generosidad del Sr. Cave, que tanto ha hecho por la ciencia de las nubes, el apéndice en el que se tratan las nubes tropicales editado por el doctor Braak, que constituye el volumen II del trabajo completo, ya ha aparecido en francés en respuesta a las necesidades del Año Polar. Se espera que pronto aparezca el apéndice dedicado a las nubes especiales, que compondrá el volumen III. En él se incluirán, en particular, las hermosas fotografías de nubes estratosféricas del profesor Störmer. Finalmente, se espera asimismo que los resultados del Año de la Nube permitan a la Subcomisión de Süring diseñar un cuarto volumen centrado en los procesos físicos que intervienen en la formación de las nubes, lo cual hará época en la historia de la meteorología.
E. DELCAMBRE,
Presidente de la Comisión Internacional
para el Estudio de las Nubes.
1 El prólogo a la edición de 1939 era casi idéntico al de la edición de 1932. Las modificaciones introducidas en el texto de la edición de 1939 consistieron en abreviaturas revisadas de formas de nubes, cambios en la clave de nubes y en los símbolos y las descripciones de distintos fenómenos meteorológicos.
2 Esta breve reseña histórica se basa en gran medida en el trabajo de Louis Besson, de gran interés: Aperçu historique sur la Classification des Nuages, Mémorial de l’Office National Météorologique de France, Nº. 2, París 1923.